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Ayer fue una tarde de lluvia y frío en Tres Cantos.

Nos reunimos muchas personas en la misa por un ser querido, que partió en la madrugada.

En el ambiente había aceptación y afecto entre unos y otros, también dolor.

El sacerdote ofreció como si fuese la primera y la última vez.

Al abrir sus brazos nos acogió a todos en un hogar muy cercano.

Nos previno de los dos grandes enemigos: la soberbia y el dinero.

Nos pidió que nos mirásemos a los ojos como hermanos. Nos conminó a que nos quisiéramos como hermanos.

Nos invitó a la comunión.

Alguno comulgó por primera vez en treinta años.

Todos salimos envueltos en magia y en paz.

Todos recibimos, misteriosamente, un gran regalo.

Gracias.

Imagen: “Sacred tangla” (1939), pintura de Nicholas Roerich