Se nos invita (y qué bonita invitación es) a buscar lo infinito, lo ilimitado.
Cada amanecer (y este desde el avión, la nariz pegada al cristal, es precioso) nos ofrece múltiples posibilidades, distintos caminos.
Unos llevan a callejones tristes, sucios, muchas veces sin salida.
Otros nos llevan a ciertas regiones de luz y de belleza donde sentimos que algo dentro se dilata, como queriendo abarcar la inmensidad.
Desde el despertar en el alba cada pensamiento nos llevará a uno de esos dos caminos, y cada palabra y cada acto nos adentrarán más y más en ese camino.
En las regiones de luz hay una armonía (una comunión) vedada a los caminos oscuros.
Abarcar la inmensidad y la eternidad desde este vehículo terreno que ocupamos…
Esa es la invitación que se nos susurra en el amanecer que con gratitud alcanzamos a ver por encima de las nubes.
«Lo magnífico de la ciencia de los sabios y de los Iniciados, es que ofrece unas perspectivas infinitas. Nunca llegaremos a la meta. Sí, lo exaltante es esto: saber que siempre habrá algo por descubrir, algo por realizar. Algunos, por el contrario, dicen: «¡Es tan largo!… ¡tardan tanto los resultados!… abandono…» Y escogen una meta que puedan alcanzar en unos años. La alcanzan, en efecto, y están contentos porque han acabado obteniendo lo que deseaban. Pero, ¡cómo no se dan cuenta de que, de alguna manera, ellos también están «acabados», porque se lanzaron en busca de algo acabado!
Sólo aquéllos que han comprendido que hay que buscar lo infinito, lo ilimitado, lo que está más allá del tiempo y del espacio, seguirán sintiéndose siempre vivos, porque la vida verdadera es la inmensidad, la eternidad. No os refugiéis pues en aquello que es accesible, limitado: abrazad lo infinito y vuestro gozo será también infinito. Será la luz, la fuerza y la plenitud de todo vuestro ser.»
Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86) Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: amanecer desde la ventanilla del avión, enero 2014 (Viggo Mortensen)