Para que nuestra llama alumbre es necesario primero alimentar nuestros pensamientos también de esa pureza y de esa luz.
Al principio entra en juego la voluntad, pero poco a poco, según perseveramos, los pensamientos puros y luminosos se convierten en un hábito que ya no depende de la voluntad.
La práctica que nos propone Aïvanhov es preciosa: figuradamente captar cada mañana esa chispa que viene del sol para llenarnos de luz por dentro y para llevar luego esa luz.
Cuanto más perseveremos en este ejercicio, más y más se convertirá en nuestra forma habitual de actuar.
El sol nos recuerda esa posibilidad maravilosa de emitir calor, luz.
Pequeños soles, cada uno de nosotros, desde esta mañana.
Alguien desde muchos kilómetros arriba percibirá esa luz que llega de la tierra y se dirá: “algo hermoso empieza a fraguarse allá abajo”.
Cuando vais a contemplar la salida del sol por la mañana, no os contentéis en contemplarlo como un cuerpo celeste externo a vosotros. Mediante el pensamiento, esforzaos en hacerlo entrar en vosotros. Todavía no sabéis cuantas transformaciones os estáis preparando cuando introducís en vuestro corazón y en vuestra alma las vibraciones del sol, sus energías, su vida. Incluso aunque os parezca extraño lo que os digo, aceptad hacer este ejercicio. El sol es el fuego de la vida. Así pues, cada mañana, acercaros a él diciéndoos que seréis capaces de capturar una chispa, una llama que esconderéis dentro de vosotros y llevaréis preciosamente como el mayor tesoro. Gracias a esta llama vuestra vida será purificada, sublimada, y adonde quiera que vayáis llevaréis la pureza y la luz.
(Omraam Mikhaël Aïvanhov 1900-86. Pensamientos cotidianos www.prosveta.es . Foto: vista desde el Aneto, autor Jonás Cruces)