El pensamiento de hoy se refiere a nuestro campo de visión.

Desde la educación que recibimos y el intelecto que idolatramos, rechazamos la posibilidad de comunicarnos con lo oculto, con lo sutil.

Y así según crecemos, nuestra capacidad de conectarnos con vibraciones superiores va poco a poco desapareciendo.

Nuestra materia física y mental se densifica cada vez más, alejándonos de la ligereza necesaria para percibir otras cosas.

Pero también de adultos podemos trabajar para recuperar la conexión con el mundo invisible.

Toda práctica espiritual ayuda poco a poco a reestablecer el vínculo perdido.

Cuando el vínculo se recupera, vuelve la luz y la esperanza, vuelve la vida.

Los niños cuando son muy pequeños poseen una forma de clarividencia, y cuando contemplan las piedras, los árboles, las flores, los animales, los humanos, ven entidades que se desplazan entre ellos y en ellos. Incluso sienten que estas entidades acuden a su encuentro, que les hablan; son como amigas que les hacen una visita.

Pero muy rápidamente los adultos y todo el entorno materialista provocan la ruptura del vínculo entre el niño y el mundo invisible, así como el hecho de que entran en juego el intelecto y otros dispositivos psíquicos. Poco a poco, sólo ven la creación como una yuxtaposición de existencias con las que no tienen ninguna comunicación; ya no perciben las vibraciones sutiles mediante las cuales se relacionan. Esta sensibilidad hacia el lado sutil y vivo de la naturaleza, es lo que los discípulos de una Escuela iniciática se ejercitan en desarrollar.

Omraam Mikhäel Aïvanhov,  Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Foto: perspectiva desde la colina “Dos irmaos (dos hermanos)” de Rio de Janeiro, agosto 2011. Cortesía de Alejandro Vertiz