En nuestro interior podemos construir cotidianamente un templo.

En ese templo todos los ruidos externos e internos desaparecen.

Con la práctica, el templo está siempre a nuestro alcance, dondequiera que nos encontremos.

Es un refugio y a la vez un centro de energía.


Cerrando los ojos, podemos dirigirnos a las fuentes de vida que nutren todo el universo, se nos dice.

La voz del silencio habla con dulzura y con enorme precisión.

Cuando se escucha, el mundo se para y se produce un nexo con la Unidad, una comunión.

La comunión entra en nosotros, dilata nuestro interior, nos pone en otro plano…

Si, y en ese momento podremos decir “gracias”.

Dedicad unos minutos, varias veces al día, a introducir el silencio en vosotros. Cerrad los ojos, esforzaos en liberar vuestros pensamientos de las preocupaciones cotidianas y dirigidlos hacia las cumbres, hacia las fuentes de vida que nutren todo el universo. Cuando sintáis que habéis detenido la multitud de pensamientos y de imágenes que os invaden, pronunciad interiormente la palabra “gracias”. Ved que palabra tan sencilla, pero que libera todas las tensiones; porque al agradecer, os conciliáis con el Cielo, salís del estrecho círculo de vuestro yo para entrar en la paz de la consciencia cósmica… Permaneced el máximo tiempo posible en ese estado de silencio, y cuando volváis en sí, sentiréis que nuevos y preciosos elementos se han introducido en vosotros: la serenidad, la lucidez, la fuerza.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). “La voz del silencio”, página 27, Colección Izvor, Editorial Prosveta.  Imagen: Cielo de Hendaya, 13 agosto 2012