El pensamiento de hoy nos llama a intentar ser piedras preciosas.
El trabajo de conversión lleva siglos y es muy lento, pero al final el diamante emerge.
En la afloración de nuestro diamante interior ocurre algo semejante, pero la diferencia es que nosotros podemos acelerarlo o retrasarlo.
Hay un trabajo que podemos realizar para ir poco a poco desbastando lo opaco y lo burdo que nos envuelve y nos condiciona.
Es como despojarse de todo lo que sobra y comenzar el camino de nuevo, mucho más libre de equipaje físico y mental.
La analogía de hoy llena de hermosas posibilidades a aquel que quiera ver un poco más allá de lo que se percibe con los ojos.
Cada ser humano podría activar, a su alrededor, una potente luz…
Que cada uno contribuyamos nuestra pequeña parte.
Para que la vida pase, para que la luz pase, para que las corrientes celestes pasen, es necesario abrirles el camino. Todo en la naturaleza destaca esta ley. ¿Por qué las piedras preciosas son tan apreciadas? Porque dejan pasar la luz… Y si la naturaleza ha logrado trabajar tan magníficamente sobre ciertos minerales afinándolos, purificándolos, coloreándolos hasta convertirlos en estas maravillas que hoy admiramos: cristales, diamantes, zafiros, esmeraldas, topacios, rubíes… ¿por qué el ser humano no podría hacer este mismo trabajo en sí mismo?
¿Qué es la oración, la meditación? Precisamente actividades gracias a las que el hombre logra purificarlo todo e iluminar su interior, en su corazón y en su alma, hasta convertirse un día en un ser tan puro como una piedra preciosa. Entonces, el Señor que aprecia mucho las piedras preciosas, se la pondrá en su corona. Ésta es una imagen, evidentemente, pero corresponde absolutamente a una realidad.
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86) , Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Lago Blanco, Mongolia, 22 junio 2007