Con nuestro pensamiento podemos alejarnos o acercarnos al mundo divino.
Cuenta Yogananda en su preciosa autobiografía su tendencia desde muy niño a pensar en el Divino durante el día.
Esa práctica construye poco a poco un estado en nuestro interior, una presencia del alma.
Con esa práctica, la ansiedad da paso a la ecuanimidad y a la armonía.
El pensamiento elevado nos nutre y nos protege. No es incompatible, como tantas veces se nos quiere hacer ver, con los trabajos en la tierra. Por eso la disciplina del karma yoga.
El pensamiento es el arma más poderosa con la que contamos, y el símil del estercolero que nos refiere Aïvanhov es lamentablemente una gran verdad.
Hay un mundo de luz, de certeza y de paz que nos invita a que le frecuentemos.
Lleva años y vidas esperando nuestra visita mientras nosotros seguimos revolviendo el estercolero.
Nos sorprendemos después de nuestras enfermedades físicas y psíquicas, de nuestras expresiones torcidas, de nuestros rostros alterados.
“Decidíos a hacer este trabajo”, se nos dice hoy.
Se nos anima a salir del basurero para encontrar el camino de luz.
Todos los seres humanos poseen la facultad de pensar. Pero, ¿cómo piensan? Alguien se dirige hacia un montón de estiércol y comienza a removerlo: de allí sale un olor nauseabundo. Pues bien, a menudo, es así como piensa la gente: ¡remueven el estercolero y apesta! No existe un ser humano que no piense, porque el pensamiento está ante todo y lo preside todo. Incluso aquellos que no hacen nada piensan, pero su pensamiento flota como una hoja en el viento. Otros piensan activamente cómo robar, engañar, hurtar, asesinar…
Pensar verdaderamente es saber ante todo en qué y cómo pensar. Para los Iniciados el pensamiento es un instrumento que debe permitir al hombre acercarse al mundo divino, este mundo de luz, de certeza y de paz. Así pues, decidíos a hacer este trabajo: aunque estéis solos y privados de todo, viviréis en la alegría, el cielo y la tierra estarán en vosotros, os pertenecerán.
Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86), “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: pintura de Nicholas Roerich: The messenger (1922)