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Traemos hoy a estas notas la poderosa parábola del rico y la gran cosecha.

Su aplicación al mundo de hoy es inmensa.

Ahora mismo en la humanidad conviven dos fuerzas poderosas.

Una es la de la acumulación y la codicia, que ha sido el patrón de comportamiento durante siglos.


Otra es la que considera el dinero como instrumento para construir un mundo más justo, y no como fin en si mismo. Esta idea se abre poco a poco camino en nuestra psique colectiva.

El desencadenante principal de la crisis que se inicia en 2007 es la la codicia que se traslada en forma de especulación permanente a los mercados financieros.

Seis años después, en ausencia de auto regulación, Suiza ha aprobado en referéndum limitaciones a los obscenas remuneraciones de las altas direcciones de las compañías. Es un principio…

Jesús llama necio al que acumula pensando sólo en su bienestar, cuando ni siquiera puede asegurar su salud y su vida mortal.

“Dios no da la riqueza a los hombres para que la amontonen en cámaras secretas…”, nos dice.

En lo pequeño y en lo grande debemos siempre recordar estas palabras.

Vivir esclavo o vivir libre, siempre esa dualidad. Y hay que elegir.

«Entonces Jesús dijo a la gente: prestad atención, no codiciéis nada. La riqueza de los hombres no consiste en lo que parece que tienen: tierras, plata y oro. Estas cosas son sólo riqueza prestada. Nadie puede atesorar los dones de Dios. Las cosas de la naturaleza son las cosas de Dios, y lo que es de Dios pertenece  a todo hombre por igual. La riqueza del alma reside en la pureza de la vida y en la sabiduría que desciende del cielo.
 
Mirad, las tierras de un hombre rico dieron cosecha abundante, y sus graneros resultaron ser demasiado pequeños para contener todo el grano, y se dijo: ¿Qué haré? No puedo regalar el grano, no puedo dejar que se pierda; y entonces pensó: esto es lo que haré: derribaré estos graneros pequeños y construiré otros nuevos; allí almacenaré mi grano y diré: Alma mía, descansa; tienes suficiente para muchos años; come, bebe, llénate y alégrate.
 
Pero Dios observó a aquel hombre y viendo su corazón egoísta, dijo: necio, esta misma noche tu alma abandonará su casa carnal; y entonces ¿quién va a disponer de la riqueza que has acumulado?
 
Hombres de Galilea, no acumuléis tesoros en los baúles de la tierra; la riqueza que acumuléis arruinará vuestra alma. Dios no da la riqueza a los hombres para que la amontonen en cámaras secretas. Los hombres no son más que senescales de la riqueza de Dios y deben usarla para el bien común. A todo senescal que es sincero con sí mismo, con los demás, con todo lo que es, el Señor le dirá: bien hecho».

El Evangelio Acuario de Jesús el Cristo, de Eva S. Dowling (1907), capítulo 111, página 179, Editorial Abraxas (2002). Imagen: remero en Varanasai, India, abril 2010