De niños, para animarnos a comer, se nos ponía destino para cada bocado: “este para mamá, este para papá…”.
Hoy Aïvanhov nos propone algo semejante a los adultos.
Cada bocado puede ser una llamada a una consciencia, a una cualidad, a una forma de estar en el mundo.
La sabiduría, la paciencia, la justicia, el amor, la pureza, la humildad, la gratitud….
Todas estas cualidades pueden desfilar ante nosotros, y cada bocado puede ser un recordatorio, un compromiso.
Así, el acto cotidiano de alimentarnos puede convertirse en un encuentro de transformación y de comunión.
Cuatro veces al día, un día tras otro, en la evocación de esas cualidades (de esas consciencias) iremos construyendo un vínculo de unión permanente con el alma.
Poco a poco, inexorablemente, y también gozosamente, nos volveremos sensibles a las manifestaciones de la vida divina.
«Cada día el alimento nos aporta unos elementos indispensables a nuestra vida. Pero, para beneficiarnos plenamente de ellos, no sólo debemos ser conscientes de lo que el acto de comer representa para nuestra salud, sino que debemos hacer también un trabajo con el pensamiento. Al tomar un bocado de alimento, podemos concentrarnos sobre la sabiduría, después seguir con la paciencia, la justicia, el amor, la pureza, la humildad, la gratitud, etc. El que se contenta con comer para saciar su hambre, sólo absorbe la parte material del alimento: se priva por tanto de todos los elementos sutiles que podrían sostener su vida psíquica.
Comer es una cosa, y alimentarse otra. En los alimentos hay unas partículas de vida que sólo es posible captar con la concentración del pensamiento. Si os ejercitáis en este sentido, reforzaréis vuestro psiquismo: no sólo lograréis hacer frente a las tareas cotidianas de mejor forma, sino que también os volveréis más sensibles a las manifestaciones de la vida divina.»
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: niños en Salgaon, India, 22 febrero 2014 (Javier León)