Recientemente se nos animaba a hablar con el Divino durante el día.

Puede ser, se nos decía, el padre, la madre, el amigo, el hermano, el refugio.

En ese hablar hay una búsqueda y también un encuentro.

El salmo cristiano es entonces apropiado, porque cuando ese encuentro se da “nada me falta”.

Como todos los encuentros, hay que buscarlo y alimentarlo.


Hay que hacer orden dentro para que haya un espacio en la que la presencia divina repose y se acomode.

Ese espacio ya está construido pero o bien está sucio y olvidado, o bien está lleno de trastos prescindibles. Por eso lo del orden.

La consciencia de la presencia divina en nuestro interior nos abre las puertas a la comunión, y también a la liberación.

“Todo se ordena, se calma, se soluciona, se equilibra, se armoniza», se nos dice.

La vida pasa entonces a ser Vida.

«Apropiaros de esta idea de que sólo encontraréis a Dios en vosotros mismos. Buscadle, pensad en Él, amadle, porque de esta manera recibiréis energías extremadamente poderosas que os permitirán avanzar firmemente en todos los caminos de la vida. Los cristianos cantan el salmo: «El Señor es mi pastor, nada me falta. Me hace reposar en verdes pastos. Me dirige hacia aguas tranquilas…» Pero para ellos, éstas sólo son palabras que pronuncian mecánicamente, automáticamente, sin ser conscientes de que son palabras mágicas. Este pastor está en ellos, y porque está en ellos, extiende su poder y su protección en este inmenso ganado – sus células – que alimenta y da de beber. No hay nada más importante que la conciencia de la presencia de Dios en uno mismo. Gracias a esta presencia, al pensamiento de esta presencia, todo se ordena, se calma, se soluciona, se equilibra, se armoniza.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: hacia la la cumbre del Weissmies, Suiza, 4.023 metros (21 junio 2011) (foto de Jonás Cruces  <http://www.todovertical.com/>