Se nos dice que nuestras palabras vuelan y que en algún lugar producen efectos.
Palabras que reconfortan y vivifican, que inspiran y encienden el fuego sagrado.
El que las emite, también se nos dice, tiene una varita mágica, y se convierte así en mago.
Dice Aïvanhov: hablar con amor a las plantas, a los árboles, a los animales, a las personas… es una costumbre divina.
Podemos así hablar al universo entero y trabajar con la divinidad.
Se producirá poco a poco un cambio, que también tiene que ver con el despertar de nuestra divinidad interior.
Cada palabra puede ser un instrumento divino.
Tenemos tantas oportunidades cada día para sembrar en el mundo sutil.
«Poned atención en cada palabra que pronunciéis, porque siempre hay en la naturaleza uno de los cuatro elementos, la tierra, el agua, el aire o el fuego, que espera el momento para poder revestir con materia todo lo que expresáis. La realización a menudo se produce muy lejos de la persona que ha puesto las semillas, pero se produce infaliblemente. Así como el viento transporta las semillas y las siembra a lo lejos, vuestras palabras vuelan y producirán en algún lugar del espacio resultados buenos o malos.
Acostumbraros pues a hablar con amor a las flores, a los pájaros, a los árboles, a los animales y a los seres humanos, pues es una costumbre divina. Aquél que sabe pronunciar palabras que reconfortan, vivifican, inspiran y encienden el fuego sagrado, posee una varita mágica en su boca.»
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: atardecer en el campo de Toledo el 5 de noviembre de 2015 (Carchín Oriol)