El mundo exterior nos distrae de nuestro contacto con el Ser, con la fuente.

Poco a poco nos engulle y nos convierte en una pieza mecánica en un mundo mecánico.

Sin embargo, mediante el ritual podemos salir del engranaje deshumanizador.

Cada día puede tener múltiples rituales que nos devuelven al centro.


El ritual de preguntarnos quiénes somos, nos imbuye de la consciencia del alma.

El ritual de meditar, de recogernos, construye en nosotros una alineación entre espíritu y materia.

El ritual de dar gracias profundas por todo lo que hay que agradecer, nos regenera.

La palabra “gracias” se convierte entonces en un mantra sagrado.

Hay muchos más rituales… Son caminos que nos llevan a construir la unión, que un día se instalará ya para siempre en nuestro interior, sin necesidad de buscarla más.

El ritual, cuando está vivo y es verdadero, nos lleva a la presencia permanente del Creador.

Bien cuando estéis en casa, en la calle, en una reunión, en la sala de espera del dentista, leyendo, cantando, comiendo, trabajando o viajando, durante al menos algunos segundos, pensad en restablecer el contacto con el Centro cósmico, con la Fuente, con el Sol del universo, y después continuad con lo que estabais haciendo. No hay nada más precioso que esta costumbre.

Diréis. «Ya lo hago, pero no veo que ello haya producido en mí grandes cambios.» No pidáis grandes cambios inmediatos, solamente pedid poder realizar este ejercicio que, por un momento, os liberará de la densidad de la tierra y os pondrá en comunicación con la inmensidad. Durante semejantes momentos entráis en conexión con el poder del Principio divino. ¿Qué más necesitáis?

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta.  Imagen: El Lago Blanco, Mongolia, junio 2007