El camino de regreso es una sucesión de despertares.
Uno de los más importantes es la consciencia de la unidad, de la interdependencia de todo y de todos.
El mal o el bien que hacemos a otro nos lo hacemos a nosotros mismos: volverá tarde o temprano bajo los dictados de una ley implacable, la del karma.
La consciencia de la unidad es algo muy sutil y evasivo, y es imposible captarla en medio del ruido, o de la progresiva densificación en la materia.
Para abrirse ante nosotros nos necesita ligeros de equipaje, limpios de emociones y de corazón.
Nos dejamos distraer y distraemos: un año tras otro, hasta que la vida se ha pasado y ya no hay nada que hacer.
La meditación, los espacios de silencio, son llaves necesarias.
La vida es muy breve. Hemos de ponernos a ello.
¿Cuándo comprenderán los humanos que no son individuos separados, sino que forman parte del gran cuerpo de Dios del cual representan una célula cada uno de ellos? Así pues, cuando se portan mal con su prójimo pensando que es extraño y externo a ellos, y que pueden maltratarlo impunemente, se equivocan. La verdad es que existe un vínculo entre todas las criaturas vivas, como existe un vínculo entre todas las células del cuerpo físico. Cuando hacemos daño a los demás, aunque de momento no lo sintamos, también nos lo hacemos a nosotros mismos. De igual manera, cuando les hacemos el bien, es también a nosotros mismos a quien hacemos este bien.
Sin duda todos habéis hecho la experiencia: si un ser al que amáis sufre o recibe golpes, es como si vosotros mismos recibierais esos golpes; y si le llega un acontecimiento agradable, os alegráis como si fuera a vosotros a quien esta felicidad hubiera llegado. ¿Por qué? Porque instintivamente, intuitivamente, habéis entrado en la conciencia de la unidad. Y esta conciencia de la unidad es el fundamento de la verdadera moral.
Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, editorial Prosveta. Foto: niña mendigando en Agra, India, 2 febrero 2011. Autora: Teresa de la Cierva