El bien tiene muchas manifestaciones en el mundo.
Hace unos días, la Nobel de la Paz birmana Aung San Suu Kyi decía: “nuestras palabras deben provocar armonía entre los seres, ser amables y beneficiosas”.
En el antiguo mantram de la Unificación hay tres bellas estrofas, de aplicación práctica cada día:
“Trato de amar y no odiar”; “trato de curar, y no herir”; “trato de servir, y no exigir servicio”.
Con nosotros podemos llevar armonía y unión, o conflicto y desunión.
El bien y el mal que podamos hacer siempre vuelven al origen. Las leyes kármicas siempre se cumplen.
Hay mucho bien por sembrar: Se necesitan sembradores.
Los humanos tienen la costumbre de responder al mal con el mal, al odio con el odio, y a la violencia con la violencia, pero esta vieja filosofía no puede dar buenos resultados. Es con el bien como nos oponemos al mal, es con el amor como eliminamos el odio, y es con la dulzura como se combate la violencia.
Si el mal termina siendo vencido es porque Dios le ha negado la inmortalidad. Toda palabra, todo acto de odio puede ser comparado a una piedra echada al aire: cuanto más tiempo transcurre, menor fuerza tiene para elevarse. Al contrario, una buena palabra, un acto de bondad puede ser comparado a una piedra que se echara desde lo alto de una torre: con el tiempo su movimiento y su poder se aceleran. Éste es el secreto del bien: es débil al principio, pero todopoderoso al final. El mal por el contrario es todopoderoso al principio, pero cada vez se va debilitando.
Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86): pensamientos cotidianos. Foto: guardería del dispensario de Pilkhana, Howrah, Calcuta. Mayo 2009