Esta es una bonita analogía. Cuanto más cerca de la Fuente, abandonamos el mundo de las densidades, de las cargas, de la oscuridad.

Dejamos el peso en la cuneta y nuestro andar por la tierra se vuelve más liviano.

Aprendemos a volar, en todos los sentidos, y abandonamos todas las densidades inútiles que oscurecen nuestra vida.

El verano llega. El sol, símbolo del sol divino.

Durante el verano, que es el período en el que el sol proporciona más luz y calor, nos vestimos ligeramente. Por el contrario, en invierno, cuando hay poco sol, todo está más oscuro, hace más frío y debemos ponernos más ropa.

Estos fenómenos de la naturaleza tienen correspondencias con la vida psíquica. Cuanto más nos alejamos del sol divino, de la fuente de calor y de luz, es decir del amor y de la sabiduría, más frío sentimos, y entonces nos vemos obligados a cubrirnos con toda clase de ropajes para compensar o enmascarar nuestro infortunio. Al contrario, cuando mediante una vida pura y luminosa comenzamos a aproximarnos a la Fuente divina, abandonamos todas las densidades inútiles. El verano y el invierno: debemos interpretar estas estaciones de la vida psíquica para aprender cómo vivirlas.

Omraam Mikhäel Aïvanhov (!900-86). Pensamientos cotidianos. www.prosveta.es.