Se nos habla del poder del agradecimiento, que es una fuerza renovadora.
Cada uno tenemos nuestra pequeña o gran lista de agradecimientos.
A medida que nuestra consciencia va despertando, la lista es cada vez más larga.
Los humanos somos ingratos, se nos dice.
Pero cuando el agradecimiento impregna nuestras células, nuestra naturaleza será “más sensible, más sutil, más resistente”.
El sol, el alimento diario, el descanso, la compañía, el canto de los pájaros, la comunión con otro ser humano…. La lista para dar gracias no es menor.
El agradecimiento cura y abre la consciencia a los milagros de la creación.
“El discípulo que quiere avanzar por el camino de la evolución debe aprender el agradecimiento, porque gracias a él un día obtendrá la llave de la transformación de la materia”, nos dice bellamente Aïvanhov.
«El reconocimiento, la gratitud son fuerzas que desintoxican el organismo, neutralizan los venenos y renuevan los materiales. Así pues, aprended a dar las gracias. Cada día, varias veces al día, repetid: «Gracias, gracias, gracias, gracias, gracias…»
¿Por qué los humanos son tan ingratos? Ingratos hacia el Creador, ingratos hacia toda la naturaleza, ingratos entre sí… Sólo recuerdan de su existencia diaria lo que les falta o les ha disgustado y entonces no ven que haya razón alguna para dar las gracias. Y sin embargo, es al contrario, hay mucho que agradecer. El discípulo que quiere avanzar por el camino de la evolución debe aprender el agradecimiento, porque gracias a él un día obtendrá la llave de la transformación de la materia. Tratad de comprender bien esto: si sabéis dar las gracias, la naturaleza de los elementos que entran en la composición de vuestra materia será diferente, más sensible, más sutil, más resistente, y sentiréis que vuestros órganos psíquicos e incluso físicos realizan un mejor trabajo.»
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: Espigas en Antigüedad, Palencia, 6 mayo 2015 (Marga Lamoca)