Hoy nos habla Aïvanhov de las vidas a las que podemos aspirar.

Nuestra vida puede estar en lo alto, cerca de su cima, cada uno en su cumbre, dando lo mejor.

También puede estar en lo bajo, donde hoy el mundo parece encontrar recreo, en medio del griterío.

El “es la vida” puede así tener distintos significados.

Uno sublime, elevado, en comunión. Otro prosaico, triste, gris.

Las circunstancias afectan, no hay duda, pero elegir una u otra vida es sobre todo un asunto personal.

Hay un nivel superior al que podemos acceder y desde el cual la Vida siempre se escribe en mayúscula.

Y en ese nivel, la inmensidad siempre nos habla.

Sólo podemos ver la vida como un reflejo de lo que somos nosotros mismos. Si pensamos que es bella, es porque llevamos esta belleza en nosotros. Y si pensamos que no tiene ningún sentido, es porque somos limitados e ignorantes. Por eso los humanos ofrecen tantas expresiones diferentes de la vida, pero ésta sigue siendo una incógnita para la mayoría de ellos. Cuántas veces oímos decir: «Sí, hombre, qué quieres que le hagamos, ¡es la vida!» Un hombre está enfermo, es desgraciado, está arruinado, ha sido engañado por su mujer, y dice: «¡Es la vida!» Para todo lo que es negativo, se dice: «Es la vida». Pero, ¿de qué vida hablan? Hay vidas y vidas. Hay la vida del sapo, la del jabalí, la del cocodrilo, o bien la vida de la paloma, la vida del ángel, la vida de Dios… El que se pronuncia sobre la vida sólo puede hacerlo a su nivel. ¿Quién puede pretender conocer la vida en toda su amplitud, con toda su grandeza, con toda su inmensidad?

Omraam Mikhäel Aïvanhov,  Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Sala de espera en el dispensario de Pilkhana, del programa Colores de Calcuta de Fundación Ananta, noviembre 2008