El pensamiento que nos brinda Aïvanhov atañe a los hijos y es de una hermosa profundidad.

Todos queremos ”lo mejor” para nuestros hijos.

“Lo mejor”, se nos dice, es que estén habitados por el más alto ideal de bondad, de amor y de fraternidad.

El más excelso objetivo es que se conviertan en benefactores de la humanidad.


El éxito, la fortuna, la gloria (todos en su concepción humana) son secundarios.

Si el objetivo fuese el ideal, en una o dos generaciones la faz de la tierra cambiaría.

Una vida de hijo de Dios, de benefactor de la humanidad. Esa es la mayor riqueza.

«¿Es posible que en el momento de la concepción primero, y durante la gestación después, los futuros padres puedan influir sobre la estructura física y psíquica de su hijo con el trabajo del pensamiento? Sí, pero lo que primero deben desear los padres, es que su hijo esté habitado por el más alto ideal de bondad, de amor, de fraternidad, para todos los hombres, y poco importa a través de qué aptitudes se manifestará este ideal.

¡Cuántos padres sueñan con éxitos, fortuna y gloria para sus hijos, sin saber las pruebas que así les preparan! Mientras que si desean para ellos una vida de hijo de Dios, de hija de Dios, trabajan verdaderamente para su bien; porque, cualesquiera que sean las dificultades y las pruebas que estos hijos deban pasar más tarde, siempre estarán bajo la protección del Cielo y se convertirán en benefactores de la humanidad.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Foto: Hawaii (Olga María Diego Thomas, octubre 2013)