Hoy, como ayer, hablamos de diplomas.
El diploma del mundo invisible es el más importante, en realidad es el único importante.
Cada uno de nosotros tiene el potencial para ser un gran ejemplo.
El pensamiento, la palabra, la acción: todos pueden ser purificados, transformados, revolucionados.
La expresión de muchos rostros, las conversaciones de los hombres, nuestro comportamiento: los patrones caducos siguen ahí, privándonos de nuestra libertad, de nuestro señorío. Durante largo tiempo seguimos siendo súbditos en vez de soberanos.
Ir al encuentro de ese potencial superior, divino: no hay otra tarea más importante.
En cada intercambio nos acercamos o nos alejamos de ese potencial.
Es doloroso ver cómo los hombres se despedazan, no sólo en las guerras, también en la vida cotidiana.
En la mirada de los sabios se descubre que ya han recibido todos los diplomas del mundo invisible.
“Busco amar, y no odiar”.
Cuando un estudiante aprueba sus exámenes, recibe un diploma que le abre ciertas puertas: puede continuar sus estudios, encontrar trabajo, etc. Del mismo modo, cuando logramos superar las pruebas de la vida con éxito, recibimos un diploma que nos da mayores posibilidades, mayor seguridad. Pero este diploma no es un papel como los diplomas de las universidades que pueden ser extraviados o destruidos. En este caso se trata de un diploma que el mundo invisible nos graba en el rostro, en todo el cuerpo, y se imprime tan profundamente en nosotros que nada ni nadie puede quitárnoslo. Y entonces, incluso los espíritus de la naturaleza, que saben leer este diploma, nos reconocen. A través del espacio, en cualquier lugar adónde vayamos, ven este diploma y para ellos es la señal de que deben recibirnos, protegernos y ayudarnos.
Omraam Mikhäel Aïvanhov, Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Foto: campamento en las montañas de Bhutan, mayo 2010