Se nos dice que tenemos todos los materiales necesarios para alimentar la llama en nuestro interior.
Cuando esa llama está prendida, ya no nos atormentamos por los acontecimientos grandes o pequeños de la vida porque tenemos dentro de nosotros el poder más grande: el poder divino.
Dentro de nosotros habita un príncipe iluminado y poderoso, que está esperando su rescate, su despertar.
Solo nosotros podemos rescatarlo: eliminando todo lo que sobra y lo que nos ancla en los planos inferiores, densos.
La tarea de liberación de esas pesadas anclas es la misma para todos. Unos tardan más siglos que otros.
El Cristo ya habitó en Jesús hace más de dos mil años.
Es tiempo, por nuestra parte, de decidir y de comprometernos a que el Cristo habite en nosotros.
El camino es largo, pero hay que empezar.
Las anclas pesan y duelen. Hay que prender esa llama.
Encendéis una vela… Su llama os iluminará durante el tiempo en que será alimentada por la cera que quema. Esta combustión es en cierto modo un sacrificio. Sin sacrificio no hay luz. El fuego necesita alimento, y la cera de la vela es precisamente este alimento. Esto ya lo sabéis. Pero lo que no sabéis, es que el ser humano puede ser comparado a una vela porque posee todos los materiales necesarios para alimentar la llama en su interior. Estos materiales son los de su naturaleza inferior: el egoísmo, la agresividad, la sensualidad, etc. Debe sacrificarlos para alimentar su llama.
Lo que impide a los humanos hacer este sacrificio, es el temor a desaparecer. Habrá ciertamente algo de nosotros que desaparecerá, pero este algo debe precisamente desaparecer para que otra cosa, más pura y más luminosa aparezca. Exactamente como la materia de la vela desaparece para que la luz siga brillando. Diréis que al cabo de cierto tiempo, ya no queda nada de la vela. Sí, pero el hombre, por su parte, puede quemar indefinidamente. Una vez encendido, ya no puede apagarse, porque su materia combustible es inagotable.
Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, editorial Prosveta. Foto: madres y sus niños en la sala de espera del dispensario de Pilkhana, Howrah, India, 31 enero 2011