Las antiguas tradiciones nos hablan de que fuimos deidades. En los Evangelios se nos dice “sois Dioses”.

Nuestra misión última en la tierra es recuperar ese estado.

Estamos muy lejos: parece imposible.

Pero algunos como Jesús lo consiguieron hace tiempo: su purificación fue tal que el Cristo le habitó. Irradió la luz.

Cada uno de nosotros está llamado a expresar algún día, aquí en la tierra, su naturaleza divina.

Todo lo que vivamos en verdad y en pureza nos acerca a esa naturaleza, es expresión de ella.

Cierto que hay muchas cosas que nos alejan, y que nos densifican más y más en la materia.

Pero si somos conscientes del ideal, de lo que realmente podemos ser, entenderemos más y más nuestro potencial.

Cualquiera que sea el estado en el que os encontréis, incluso en el estado más miserable, sed valientes, porque una gran herencia, una herencia divina os está esperando. Si hasta ahora no habíais entrado en posesión de ella, es porque todavía no sois mayores. No es posible conocer la fecha, pero lo que es seguro, es que cuando alcancéis la mayoría de edad la recibiréis. Quizás será dentro de veinte o treinta años, quizás en otra encarnación… Diréis: «¿Pero como podrán encontrarme? Habré cambiado de país, de nacionalidad…» Podéis cambiar todo lo que queráis, las entidades celestiales siempre os encontrarán. Por lo tanto, pensad cada día en esta herencia divina, y este único pensamiento influirá de un modo muy favorable en vosotros. Todo lo que pueda prometerse a los humanos, nunca satisfará la inmensidad de sus deseos. Una mujer, una casa, un pequeño jardín, un coche… ¿qué son? Incluso cuando lo poseen, todavía están insatisfechos. La inmensidad, el infinito, la eternidad, ésta es la verdadera herencia, la única capaz de llenar el corazón del hombre.

Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86): pensamientos cotidianos. Foto: madre con su hijo en el dispensario de Pilkhana, Howrah, Calcuta. Junio 2009.