Hablamos hoy de salir de nuestros límites para abrazar el mundo, el universo, proyectándonos muy alto.
Nuestro mundo puede quedar confinado a fronteras rígidas: lo mío, lo nuestro, mi familia, mi país. Este ha sido el paradigma hasta ahora.
Cuando el ser humano empieza a atisbar la Unidad de todo, un nuevo mundo se le abre, y lo oscuro se vuelve luminoso.
Vivir en la supraconsciencia, ese es el regalo que está a nuestro alcance.
En ese estado hay comunión con todo y con todos, y es una experiencia, se nos dice, inexplicable.
La ambrosía, la plenitud, la luz, el Amor, son estados a nuestro alcance cuando nuestros códigos de lectura cambian.
¿Es posible sumergirse en ese océano de luz del que se nos habla?
Los más hermosos testimonios nos alientan para liberarnos.
Para salir de los límites de su consciencia, el discípulo de la Ciencia iniciática debe aprender a proyectarse muy alto, hasta el Ser sublime que abraza y alimenta a todas las criaturas: se pregunta cómo este Ser ve el futuro del hombre, cual son sus proyectos para él, para su evolución, no sólo en un futuro cercano, sino también en un futuro remoto. De este modo el discípulo consigue salir de sí mismo: porque trata cada vez más de acercarse a este Ser inmensamente grande, luminoso y perfecto. Se realiza un trabajo en su interior, en su subconsciencia, en su consciencia y en su supraconsciencia, y lo que entonces vive como sensaciones y experiencias es inexplicable. Esta práctica es una de las más saludables para el discípulo; dedicándose a ella cada día, consigue alejarse de su yo limitado para fundirse en este océano de luz que es Dios. Es ahí donde encuentra las verdaderas pruebas del conocimiento, de la plenitud y de la liberación
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Foto: Camino del Gobi Occidental, Mongolia, 19 junio 2007