Hemos hablado mucho estas semanas de la meditación.

Un primer efecto es la alineación que procura entre alma y personalidad. Integra nuestras dos partes que no deben vivir separadas.

Esta alineación nos da equilibrio, serenidad, ecuanimidad, fuerza.

Desde esa conexión, además, traemos a nuestro interior la luz divina, que nos renueva y vivifica.

Y entonces llega el segundo efecto: la posibilidad de reenviar esa luz al exterior, consciente e inconscientemente.

“Atraer la luz y enviarla a todos nuestros hermanos humanos”, se nos dice hoy.

He ahí un trabajo precioso a realizar y para el que todos estamos cualificados.

Durante las meditaciones, adoptad la costumbre de concentraros en la luz divina a fin de atraerla y de introducirla en vosotros: poco a poco ella reemplazará a todos los elementos gastados, envejecidos, manchados, por nuevas partículas de la mayor pureza. Y una vez que poseáis esta luz, deberéis entonces ejercitaros a enviarla al mundo entero para ayudar a los humanos.

Con el pretexto de que no tienen dones, ni cualidades extraordinarias, muchos se creen justificados para dejarse llevar por una vida egoísta y mediocre. No, nadie puede justificarse de esta manera. Incluso el ser más despojado, el más desprovisto en todos los aspectos, puede hacer este trabajo con la luz, y al hacerlo, realiza algo más importante y más útil que todo lo que puede ser realizado por las personas más capaces en todos los demás terrenos. Incluso el ser más desheredado tiene la posibilidad de adquirir este estado de conciencia superior: trabajar para atraer la luz y enviarla a todos sus hermanos humanos.

Omraam Mikhäel Aïvanhov,  Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: sala de espera en el dispensario de Pilkhana, del programa Colores de Calcuta de Fundación Ananta, noviembre 2008