Existe un vínculo sutil del que podemos o no ser conscientes.
Es el vínculo con el alma y a partir de ahí con el espíritu que somos y con el Logos, con el ser superior.
Cuando ese vínculo está vivo, el manantial interior fluye, se renueva, la armonía se manifiesta.
Cuando el vínculo se rompe o se oxida es como si dejara de llegar el combustible más importante.
La vida se apaga y nos quedamos en este cuerpo y en esta mente, finitos, en proceso de gradual deterioro.
Rescatar y vivificar el vínculo es esencial, pues es recuperar nuestra naturaleza y estar siempre conectados al manantial.
El silencio, la meditación, la contemplación son necesarios para que este vínculo exista y se fortalezca.
La forma hermosa de pedir por los demás, de desearles lo mejor, es decirle al otro desde la profundidad de la mirada: “que recuperes tu vínculo sagrado, ese es mi mayor deseo para ti”.
Sólo sabréis hasta que punto vuestra vida puede llegar a ser rica y completa si pensáis en armonizarla con la vida divina. Poco a poco, todo el saber y las virtudes celestiales vendrán a instalarse en vosotros. La vida… no hay nada más importante que la vida, porque contiene la semilla de todas las posibilidades de desarrollo. He aquí un hombre dotado de los mayores talentos, pero si se desvanece, es como si ya no tuviera nada; reanimarle y recuperará todas sus capacidades. Cada cual puede así esforzarse en desarrollar sus dones, pero si no se preocupa primero en mantener la vida en él, lo perderá todo.
Desgraciadamente, la gente no da importancia a la vida. Desean obtener un placer cualquiera, y para obtenerlo, no sólo malgastan su vida, que es el bien más precioso que poseen, sino que además cortan el vínculo con la vida divina. Y ese es el medio más seguro de caminar hacia la muerte, la muerte espiritual primero, y la muerte física después.
Omraam Mikhäel Aïvanhov. Foto: atardecer en Madrid el 7 de octubre de 2010: Autora: Lucía Alfaro