Aïvanhov nos habla de hoy del gradual despertar a una nueva consciencia.

Desde esa consciencia, nos dice, se ven otras realidades, otros esplendores.

El cielo se mantiene en su pureza primera, azul y limpio, y uno empieza a entender su ubicación en la vida y en la evolución.

Ese estado de consciencia va llegando poco a poco si hacemos el esfuerzo de buscarlo en nuestro interior. Y muy pronto ese esfuerzo se convierte en un hábito que poco a poco llena de certeza y también de gozo.

Durante el día, cuando nos cruzamos con las personas, lo mejor que podemos desear para ellas es que descubran quiénes son realmente.

Mirar al otro a los ojos, en silencio, y desearle que descubra quién es.

Porque cuando descubrimos quiénes somos, en realidad despertamos y todos los miedos y angustias se van.

¡Es completamente inútil discutir sobre la existencia o no existencia de Dios! En realidad, la cuestión es muy simple. Para el no creyente, es verdad, Dios no existe. Porque depende del hombre que las cosas existan o no. Estáis durmiendo: aunque todos los tesoros del mundo se amontonen a vuestro alrededor, como no estáis conscientes, es como si no existieran. Casi todos los humanos están así sumergidos en el sueño de la inconsciencia. Sólo los Iniciados, porque son seres verdaderamente despiertos, ven los esplendores que les rodean y se regocijan. Los demás tienen las mismas riquezas a su alrededor y en ellos, pero no son conscientes.

Todo depende pues del estado de conciencia. Cuando se está despierto, ciertas cosas se vuelven una realidad, pero cuando nos dormimos, quedan borradas. Y lo mismo sucede con Dios: si estáis dormidos, no le sentís y decís que no existe. Pero despertad y sentiréis que Dios está ahí, vivo en vosotros y a vuestro alrededor.

Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos. www.prosveta.es.  Foto: caminante en las montañas de Bhutan, 13 mayo 2010