En nuestras manos está convertir nuestra vida en más hermosa y sutil, en subir por la espiral de la sabiduría.
Podemos elegir conectarnos a lo elevado, a lo verdadero y sagrado, pero también a lo más zafio, profundizar en la ignorancia.
En una onda de frecuencia podremos escuchar la música de las estrellas. Pero en muchas otras ondas de frecuencia solo escucharemos griterío e insultos. Y somos nosotros los que elegimos la frecuencia.
Divinizar la vida es un asunto que nos compete a cada uno de nosotros, y en ese proceso afloramos precisamente nuestra naturaleza divina.
Esa chispa divina está en el interior, aguardando a su despertar.
Algunos seres la hicieron crecer hasta tal punto que en su realización volvieron a ser dioses, aquí en la materia.
La plena consciencia ayuda a divinizar la vida, a dar a cada acto un sentido sagrado. En cada pequeña cosa puede haber una comunión.
Divinizar la vida es un concepto muy hermoso: es un alto ideal, un sueño, algún día también una realización.
Dios nos ha dado la vida, pero para estar verdaderamente vivos, todos tenemos un trabajo que realizar. Esta vida que hemos recibido, dependerá de nosotros el reforzarla, volverla más hermosa, más sutil, más espiritual. La vida tiene una infinidad de grados. Aquél que permanece en los grados inferiores, sólo podrá entrar en comunicación con realidades que están a su nivel. Corta su unión con la Fuente, y esta ruptura le dará poco a poco la sensación de que nada tiene sentido, de que Dios no existe. Y es normal, ¿cómo podría captar algo de las realidades superiores? Cuando se permanece a un nivel tan bajo de conciencia ¿cómo puede uno regocijarse de la existencia de Dios? No Le siente ni en su interior, ni en el exterior de sí mismo. Para sentir la vida divina, es necesario divinizar primero nuestra propia vida. Es la vida divina en nuestro ser la que despertará los centros espirituales que nos permitirán sentir la existencia de Dios.
Omraam Mikhäel Aïvanhov, Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Foto: caminata en las montañas de Bhutan, mayo 2010