Nuestro pensamiento puede ser luminoso y clorofílico, u oscuro y contaminante.
A nuestro alcance, los pensamientos más puros y elevados, pero también los más ruines y miserables.
Es opción que tenemos en cada momento y que poco a poco configura nuestro estado físico.
De un vistazo, el que sabe leer lo verá todo en nuestro rostro y en nuestra mirada.
Al insondable sufrimiento acumulado por la humanidad podemos añadir más ignorancia y sufrimiento, o alivio.
Benditos los que alivian tanto dolor.
«Nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestros actos nos pertenecen y nos conciernen en primer lugar; pero estos pensamientos, estos sentimientos y estos actos repercuten en las piedras, las plantas, los animales, todos los seres de los mundos visibles e invisibles, todas las jerarquías hasta Dios. Según sea su cualidad, buena o mala, estos pensamientos, estos sentimientos y estos actos, alcanzarán a las hojas, las flores, los frutos, o las raíces del gran Árbol de la Vida. Evidentemente, según el caso, los efectos que percibiremos serán diferentes, pero cada expresión o manifestación nuestra tiene un vínculo con uno de los reinos de la naturaleza. Pues bien, es por lo tanto este vínculo, estas correspondencias que existen entre nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestros actos y las diferentes regiones del universo, lo que debemos estudiar, esforzándonos en comulgar cada vez más con los frutos del Árbol de la vida.»
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: paisaje en Nueva Zelanda, noviembre de 2015 (Kora Trek)