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A pesar de todo lo que ocurre, a pesar de las limitaciones humanas, es momento de dar gracias.
La fórmula que hoy nos ofrece Aïvanhov para empezar el día tiene una gran fuerza para armonizar, para llenarnos de propósito.
Podrán preguntarnos: ¿Qué es esta quimera del Reino de Dios en la tierra? Podrán decirnos: ¿es que no veis lo que ocurre en el mundo?
Pero la respuesta es muy simple: en nuestro ámbito de competencia e influencia, traer el Reino de Dios es intentar hacer las cosas bien, con amor y justicia, como si fuésemos los representantes de lo Alto aquí en la tierra. Intentar hacer lo correcto.
Hay mucho que agradecer cada día, y sin embargo los humanos permanecemos huraños, sombríos.
Pero el hombre ecuánime se encuentra siempre en su centro, y desde ese centro, desde donde surge el alma, es testigo muchas veces al día de algo que brota desde dentro y que le conecta con algo sutil, superior.
Surge entonces la palabra “gracias”, muchas, muchas veces.
La estancia en a tierra, en esta materia que nos comprime y limita, puede ser muy hermosa si no nos olvidamos de nuestra filiación.
En todo lo que os sucede, tanto las penas como las alegrías, hay algo que descubrir para vuestra expansión, vuestra comprensión de la vida. Y la gratitud es la clave que abre las puertas del verdadero saber. Es por ello que, por la mañana, al despertaros, antes de pensar en cualquier otra cosa, decid: «Dios mío, gracias por haberme dado la vida un día más, afín de que pueda servirte y cumplir tu voluntad, para tu gloria y el advenimiento de tu Reino sobre la tierra.»
Con estas palabras, ya os ponéis bajo la protección del Cielo, dais una buena orientación a todo lo que realizaréis durante la jornada, y encontraréis la buena actitud que hay que tener ante todos los acontecimientos que puedan sobrevenir. No basta con decir «Gracias, Señor» cuando recibís una buena noticia, o cuando recibís alguna cosa que os gusta. Por todas partes y en todo momento debéis aprender a dar las gracias.
Omraam Mikhäel Aïvanhov, “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: “Invocation. Therapin” (1940), pintura de Nicholas Roeric