El cielo nos susurra palabras vivificantes, se nos dice.
Pasa de continuo, sin que sepamos identificarlas y menos aún retenerlas.
Tienen muchas formas: una mirada, un sentimiento, una visión, una mañana de cielo limpio y azul.
El mundo sutil, del que también somos parte, nos habla.
Por eso es tan importante estar atento.
Por eso, cuando recibimos esa visita, hay que guardarla en nuestro interior.
Allí puede permanecer mucho tiempo si la sabemos cuidar y proteger.
Es una flor delicada cuyo perfume nos llenará.
Veremos entonces la vida con los ojos del que comprende y ama.
El Cielo no es tan inaccesible, está más cerca de lo que os imagináis. A menudo os da señales e interviene en los acontecimientos de vuestra vida, pero vosotros no le prestáis atención. Incluso si durante algunos instantes habéis sentido cerca de vosotros la presencia de algo puro, luminoso, desaparece rápidamente: no habéis tomado conciencia del valor de lo que habéis recibido, permitís que os penetren otras influencias, y olvidáis…
Así pues, a partir de ahora, intentad tomar conciencia de lo preciosos que son estos momentos en los que sólo sentís presencias bondadosas que os alimentan con su luz, esos momentos en los que el Cielo susurra a vuestra alma palabras vivificantes. No solamente debéis apreciar estos momentos, sino que, en la medida que podáis, debéis esforzaros en retenerlos. En verdad, momentos como estos se graban en vosotros para siempre, pero si dejáis que el polvo los cubra…
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: las dehesas de El Escorial, 31 diciembre 2012, foto de Fermín Tamames