Hoy se nos habla de algo de lo que estamos sumamente alejados, de ese estado en el que se experimenta “una inmensa benevolencia hacia todos los seres”.

Es un estado de consciencia superior, al que AÏvanhov se refiere como amor divino.

La vida humana oscila entre distintos estados de consciencia, muchos de ellos en los planos inferiores y burdos, en los que el concepto de benevolencia a los demás no existe.

Habla el texto de todos los seres, lo que incluye a todos los reinos.

Todos hemos experimentado ese instante mágico cuando súbitamente una música, un sonido, una mirada o un paisaje nos elevan a otro estado.

Un día lejano el estado de consciencia superior será permanente y nos manifestaremos con bondad y compresión en cada acto.

Los más sabios lo ponen en práctica ya, en medio del ruido.

«El objetivo de la vida espiritual es llevarnos a conocer este estado de conciencia superior que se llama amor divino. Porque el verdadero amor, el que nos acerca a Dios, es un estado de conciencia. Es imposible describirlo y tampoco se les puede explicar a unos seres que no están preparados para vivirlo; todo lo que se puede hacer es tratar de conducirles hacia él poco a poco.

El que llega a alcanzar este estado de conciencia se siente interiormente conectado con el universo entero; entonces es como un instrumento cuyas cuerdas vibran al unísono con todo lo que existe. Una paz profunda le habita y sobre todo experimenta una inmensa benevolencia hacia todos los seres. No sabe de dónde le vienen estas buenas disposiciones, simplemente siente que han invadido su corazón y su alma y le empujan a manifestarse con bondad y comprensión, y de esta manera entra en contacto con la esencia profunda de la creación.»

Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86),  “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: Camino de Santiago, Tio Cea, a la salida de Sahagún (León), 24 julio 2014 (Trish Spoto)