Ayer, cuando hablábamos de la música, referíamos que al escucharla despertamos los centros espirituales, para proyectarnos en el espacio, para ennoblecernos, para purificarnos.

El pensamiento de hoy es una llamada para descubrir y desarrollar el Yo divino, para subir por la espiral de la realización.

Cada uno tenemos que descubrir qué condiciones generan en nuestro interior el anhelo por ir al encuentro del sol interior.

El contacto con la naturaleza, las correctas relaciones humanas, la plena consciencia, son algunas de esas condiciones.

Es cierto que vivimos atrapados en contradicciones que nos privan de armonía, de paz. La mayoría de las veces son creación nuestra.

Poco a poco se convierten en grandes murallas que nos separan de nosotros mismos.

Pero todas nuestras partículas pueden orientarse hacia un ideal de pureza.

Caemos, pero nos levantamos. El camino es largo y atraviesa las montañas. Pero hemos de arribar, allá a lo lejos, a nuestro destino dorado.

El ser humano necesita estar en armonía consigo mismo, pero la realidad es que siempre se encuentra atrapado por varias contradicciones. Así pues, aunque se halle habitado por aspiraciones magníficas, también se siente impulsado por otras fuerzas en su interior a cometer actos de los que después se avergüenza y lamenta. Esta situación crea aflicciones interiores y estas aflicciones le destruyen.

La verdadera unidad hacia la que debemos tender, es comparable a la del sistema solar. El sol está ahí, en el centro, y todos los planetas gravitan a su alrededor, ninguno se aparta de la trayectoria trazada para él por la Inteligencia cósmica. Debemos realizar una unidad análoga en nosotros mismos. Esto implica un verdadero aprendizaje: cómo vivir, pensar y sentir para que todas las partículas que constituyen nuestro ser físico y nuestro ser psíquico ajusten su movimiento de acuerdo con el sol que todos poseemos en nosotros: nuestro Yo divino, nuestro espíritu.

Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86),  “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: pintura de Nicholas Roerich: Issa and the skull of the giant (1931)