Hoy se nos recuerda el poder de la palabra.
Es verdad que con la palabra podemos hacer mucho bien pero también mucho mal.
Las palabras pueden ser usadas para unir, para construir. Y también para separar y destruir.
“Trato de curar y no herir”, dice el antiguo mantram de unificación, y es bueno recordarlo con frecuencia para actuar en consecuencia.
Hablar bien, hablar lo justo, hablar desde la ecuanimidad y del equilibrio, hablar desde el amor, es asignatura que la mayoría de los humanos tenemos pendiente en diferentes grados.
Y así como el sonido de la voz de los niños nos cura, nuestra palabra puede también ser curativa.
Trabajo hermoso el que tenemos por delante.
Hay mucho que hablar sobre los poderes de la palabra: cómo crea formas, cómo actúa sobre los órganos psíquicos y físicos no sólo de aquellos que ella menciona, sino también de aquellos que la pronuncian y de aquellos que la escuchan. Saber ser justos, moderados y precisos con sus palabras, es una de las mayores cualidades que existen.
Así cómo escribimos con una pluma, también escribimos con la lengua. Cada palabra es ya una carta que se dirige no sólo a los seres humanos, sino a todas las entidades que habitan la naturaleza. Cualesquiera que sean las criaturas, debemos esforzarnos en hablarles con una lengua de oro. Sí, porque la lengua de los humanos puede ser de diversos materiales: plomo, cobre, hierro, estaño, plata y oro. Una lengua de oro ilumina y calma las almas.
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos. Ediciones Prosveta. Imagen: Pintura de Nicholas Roerich: “Young lama”, 1945