En estas notas hablamos mucho del sol.

 

El sol como ejemplo de luz, calor, vida.

El sol como modelo en el que inspirarnos en nuestra estancia en la tierra: el sol que da sin pedir.

Nos habla hoy Aïvanhov de los poderes puros y luminosos que pueden entrar en acción.

Están en nuestro interior, esperando despertar, ser activados.

Cuando eso ocurre, las energías más puras nos recorren, desde la cabeza hasta los pies.

Nos llega entonces un recuerdo, una percepción de lo que podemos ser…

Si, la caricia del sol puede también ser nuestra caricia al mundo.

«Vais a meditar por la mañana a la salida del sol, pero este ejercicio no os aportará gran cosa si no os habéis preparado antes, la víspera. Y sobre todo, en el momento en que os encamináis para reencontrar la aurora, debéis tener bien presente en vuestra cabeza y en vuestro corazón la convicción de que vais no solamente a asistir, sino a participar en este acontecimiento formidable que se produce en el universo. ¿Qué hay de más bello y más esencial que el nacimiento del día? Diréis que vuestra presencia no cambiará nada, el sol se levantará tanto si estáis ahí como si no. Es cierto, el sol no os necesita para elevarse. Pero es para vosotros que es importante, porque existe una relación entre los acontecimientos de la naturaleza y los de vuestra vida interior. Cuando sepáis cómo mirar al sol cuando sale, en ese instante en el que surge el primer rayo, sentiréis todos los poderes puros y luminosos que entran en acción, y comprenderéis cuán importante es trabajar con ellos a fin de que el día se despierte también en vuestra conciencia.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: costa en Islandia septiembre 2013 (Gaizka Zubizarreta)