Con frecuencia, en nuestra morada interior entran los intrusos.

Lo hacen con desorden y ruido, y con las botas llenas de barro.

A veces llegan con formas que nos engatusan y engañan.

El intruso se instala dentro y al poco tiempo se convierte en el amo de la casa, al que servimos.

Tenemos entonces que aguantar sus cambios de ánimo, sus caprichos, su vocerío, sus miserables pensamientos.

Por eso hay que vigilar la puerta de entrada y seleccionar quién entra.

La disciplina debe ser férrea, para que poco a poco solo entren los espíritus de la luz y de la paz.

Los intrusos quedarán entonces fuera, y nuestra vida se regenerará.

Es entonces cuando el Cielo nos hablará de continuo.

Estáis ocupados en una cosa u otra, y de repente tenéis una sensación de oscuridad, de vacío, de soledad que os llena de angustia… Sabed que hay ahí un intruso que trata de infiltrarse en vosotros; o bien es vuestra conciencia que, al viajar, se ha extraviado en una región hostil, porque esto también puede suceder, y a cualquiera.

Cuando experimentéis semejante sensación, no permanezcáis ahí sin hacer nada, reaccionad, porque esta sensación es como una puerta abierta a acontecimientos mucho más graves que se producirán después automáticamente. Lanzad de inmediato una mirada a vuestro interior para comprender lo que os ha llevado hasta ahí. Después, mediante la oración, la meditación, tratad de encontrar el camino que os conduzca hasta donde habitan los espíritus de la luz y de la paz, y decidles que solamente a ellos queréis abrir vuestra morada.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: atardecer en Madrid  sábado 24 noviembre 2012: autor: Alfredo González