Los actos de la vida cotidiana pueden alimentar la presencia divina en nosotros.

Se trata de percibir algo que ya existe.

El alimento y la respiración consciente son instrumentos para comulgar con la vida divina, pero hay muchos otros.


Los velos nos impiden ver. Y nuestra forma de vivir no hace sino reforzar esos velos, haciendo todo más opaco.

Quitar los velos significa salir de la ignorancia para finalmente ver lo que es.

Pero la visión es incompatible con muchas cosas a las que nos aferramos y a las que debemos renunciar.

Mentalmente renunciamos a la mentira, la ofuscación y el odio. Pero nos invaden una y otra vez, décadas y vidas enteras.

Los que se quitan los velos comulgan con la vida divina de continuo.

Benditos son.

Poder sentir la presencia divina en todos los instantes de nuestra vida diaria sólo depende de nosotros. Incluso cuando comemos, Dios está ahí; porque es el alimento que nos aporta la vida, Dios está presente en el alimento y debemos considerar la nutrición como un acto sagrado. Ciertamente, algunos religiosos afirmarán que sólo podemos alimentarnos de la vida divina tomando el pan y el vino de la comunión. Pero si Dios no se hallara  realmente también en los alimentos que son nuestro alimento diario, significa que habrían lugares donde Él no estaría. En realidad, Dios es omnipresente, puesto que Él es la vida y está presente en todas partes. Nos corresponde a nosotros, a través de nuestra conciencia, con nuestros pensamientos y con nuestros sentimientos, comulgar con la vida divina.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: niños en el mercado de las flores de Calcuta, enero 2011