Nuestro interior puede estar ocupado por múltiples energías.

La cámara secreta puede estar llena de trastos y cachibaches, y también de polvo.

Cuando está ocupada por cuerpos extraños, su función de antena para contactar con lo sutil, con el otro mundo, queda interrumpida.


Se nos sugiere restablecer el orden y la limpieza en esa cámara.

Se nos propone, en verdad, hacer espacio en nuestro interior para la venida de Cristo.

Los que lo logran tienen otra mirada.

Una parte del mundo insiste en seguir el camino de la ignorancia.

En el camino de la sabiduría llega con frecuencia un mensaje: “Mi Padre y yo somos uno”.

Es un camino de descubrimiento, de hermosura, también de certeza.

Cristo, que es el segundo aspecto de Dios mismo, jamás tomó un cuerpo físico; sólo entra en las almas y los espíritus que están dispuestos a recibirle y a fusionarse con él. Por tanto Jesús, como todos los demás grandes Maestros de la humanidad y fundadores de religiones, tuvo que recorrer un largo camino antes de que este espíritu descendiera en él. Si fue llamado Jesucristo, no es porque fuera Cristo, sino porque recibió a Cristo.

Se puede decir que Jesús era Dios, pero en el sentido que vosotros, yo, los animales, los árboles, las piedras, las estrellas… también somos Dios. Puesto que todo lo que existe procede de la sustancia divina, en este sentido todo es Dios. La única diferencia está en la conciencia, y Jesús tenia la más alta conciencia de la presencia de Dios en él. Por esto es esta conciencia la que debemos desarrollar hasta fundirnos en la Divinidad, para poder decir un día como Jesús: «Mi Padre y yo somos uno.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta.  Imagen: Camino de Santiago, llegando a Zubiri, 15 julio 2012