«Sólo representamos algo grande y hermoso en proporción a lo que hacemos para la colectividad, para toda la humanidad; es ahí donde adquirimos nuestro verdadero valor, porque nos convertimos en colaboradores de Dios mismo.
Aquél que trabaja para el bien de la colectividad, es un obrero en el campo del Señor. Los espíritus luminosos se aproximan a él para marcarle con su sello, y una vez ha sido marcado, es como si su nombre estuviera grabado en una lista; junto a su nombre está anotado lo que se le debe, y cada día recibe un «correo», se puede también llamar un « salario ». Este salario adopta diversas formas: fuerza para el espíritu, dilatación para el alma, luz para el intelecto, calor para el corazón, salud para el cuerpo físico.»
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: atardecer en San Sebastián, 22 de agosto de 2019 (cortesía de Dolores Padilla)