«Una semilla que ha sido plantada puede ser comparada a una criatura encerrada en una tumba. Cuando el ángel del calor viene, la despierta diciéndole: «Vamos, levántate ahora, ¡sal de tu tumba!» Y he aquí que esta vida que se hallaba sepultada comienza a animarse: un pequeño tallo divide la semilla en dos y da origen a un brote que un día se convertirá en un árbol formidable. Esto es la resurrección.

Para resucitar, debemos abrir la tumba, y sólo el calor abre las tumbas. El calor quiere decir el amor. Aquél que tiene mucho amor en su corazón, un amor desinteresado, espiritual, abre la tumba de sus células. Mientras sus células no están animadas, vivificadas, permanecen inactivas y no pueden conocer todas sus riquezas interiores. Pero después de esta resurrección, después del despertar de sus células, su consciencia se expande y, a través de todo lo que siente, de todo lo que vive, se sitúa en otra dimensión, la dimensión del espíritu.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: mirador de Azpiroz, Navarra, 22 de agosto de 2016