«¡Cuántas veces las personas hablan sin reflexionar, sin sopesar sus palabras! Se parecen a un niño que juega con cerillas: prende fuego a todo por donde pasa. Luego, por mucho que se lamente y excuse, es demasiado tarde: al poco rato, solo se ven montones de cenizas… Y así, sin quererlo, los humanos ayudan a las fuerzas oscuras en sus tareas destructivas: nunca son lo suficientemente conscientes de los daños que pueden causar con la palabra. Si buscáramos el origen de los malentendidos, de los conflictos en la sociedad y en el mundo, comprobaríamos que, en la mayoría de los casos, se encuentra en la palabra: alguien que ha hablado sin pensar, sin un motivo determinado, por el placer de hablar, para hacerse interesante, para mostrase más listo, más astuto que los demás y degradarles.

Por lo tanto, intentad vigilar lo que decís. Cuando debáis hablar, hacedlo con la intención de mejorar a los seres que os escuchan, de iluminar su inteligencia, de reconfortar su corazón, y sobre todo de dirigir su voluntad hacia el servicio del ideal más elevado.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Villanueva de la Torre, Palencia, 7 diciembre 2018 (cortesía de Marga Lamoca)