«Imaginaos a un hombre que fuese a un país extranjero, y que allí proclamase: «Reuníos, que suenen las bandas de música, rendidme honores, voy a explicaros los motivos de mi visita…» La gente se reiría de él, y quizá le encerrarían en algún lugar. Porque no se reconoce a alguien que se presente así en su propio nombre. Pero un embajador, por ejemplo: es enviado por su país, y por lo tanto representa a un Estado; e incluso si es pequeño, enclenque y canijo, es recibido con grandes honores, suenan las marchas, los soldados desfilan, todos se inclinan ante él; es a su país al que, a través de él, se rinden esos homenajes.

Lo mismo sucede para cada ser humano con respecto a las entidades luminosas del mundo invisible. Si busca presentase ante ellas sin nadie que le recomiende, si no tiene nada más importante ni más significativo que mostrar que él mismo, no le reconocen. Pero si lleva sobre su aura los signos que muestran que actúa de conformidad con el orden divino, reconocen el Cielo a través de él, le acogen y le festejan.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: camino al La Rhûne desde Bera del Bidasoa, Navarra, 11 agosto 2018