«El discípulo sabe que, habiendo venido a la tierra por muy poco tiempo, no vale la pena desperdiciar sus fuerzas en la búsqueda de honores, de títulos y de posiciones que deberá dejar cuando la abandone. Trata pues de concentrarse en las riquezas eternas, indestructibles, que hace fructificar hasta dejar el plano físico. Adquiere así tesoros tan grandes en sus cuerpos sutiles que va directamente a las regiones luminosas donde ha captado las partículas de estos cuerpos.

Porque es una ley: si atraéis en vosotros numerosos elementos celestiales, un día os veréis obligados a ir a la región de la que han venido. Debido a la ley de la afinidad seréis introducidos, por esos mismos materiales, en las regiones sutiles, y pasaréis una eternidad de felicidad descubriendo los esplendores del universo.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: sierra de Chía (Huesca), 2 enero 2021, cortesía de Carlos Bravo Suárez