«No existe mayor felicidad que la de sentirse, al menos una vez en la vida, un verdadero hijo de Dios. Tener al menos una vez la sensación de estar protegido en el seno del Eterno, con el primer candor, con la primera inocencia. Para tener la posibilidad de experimentar un día este estado de conciencia, debemos emprender un gran trabajo con la luz para iluminar, para purificar todos los rincones oscuros de nuestra vida psíquica.

Si tratamos de identificarnos cada vez más con nuestro Yo superior, con nuestro espíritu, un día nos acordaremos de lo que éramos en el pasado lejano, cuando todavía vivíamos en Dios. De esta manera, llegaremos, poco a poco, a sentirnos regenerados, visitados por la gracia, hijos e hijas de nuestro Padre celestial. Sólo nuestro espíritu es realmente inocente y, si nos esforzamos por acercarnos a él, recobraremos nuestra inocencia original.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), Pensamientos Cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Camino Primitivo, entre y Tineo y Borres  (Asturias), 1 julio 2020