«El agua brota pura y cristalina en la montaña. A medida que desciende, recibe las suciedades de las regiones que atraviesa y, cuando llega al mar, está saturada de impurezas. Pero pronto, calentada por los rayos del sol, se transforma en vapor y retoma el camino del cielo, hasta el día en que vuelva a caer en forma de lluvia o de nieve.
Este viaje del agua es simbólico. El destino humano es a imagen de esos viajes perpetuos del agua entre la tierra y el cielo. Como las gotas del agua, las almas descienden a la tierra, cada una en un lugar determinado; desde ahí, tienen todo un camino por recorrer, hasta el momento en que, fatigadas y desgastadas por todos los trabajos de la vida, vuelven allá de donde vinieron… para descender de nuevo, un día, en otro lugar. Eso se llama reencarnación.»
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), Pensamientos Cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Poladura de la Tercia, Camino del Salvador, 2019 (cortesía de Judit Karancsiné)