«Cada mañana, al despertaros, invocad primero al gozo y al amor. En vez de empezar la jornada pensando en las diferentes tareas que os esperan, decid: «Señor Dios, Te doy gracias por seguir vivo, por poder respirar, comer, caminar, mirar, oír, pensar, amar, porque estos son tesoros inestimables.» Y después levantaos alegremente.

Y aprended también a dar gracias por cada uno de los sinsabores de la vida, porque es la mejor forma de neutralizarlos. Si empezáis a quejaros y a rebelaros, estaréis cada vez más agobiados. Pero si decís: «¡Oh Señor!, gracias, hay ciertamente una razón para que me encuentre con este obstáculo, debo tener todavía algo que aprender», sentiréis que transformáis poco a poco vuestras dificultades en oro y piedras preciosas. Sí, es como si las recubrieseis con un polvo de oro o de cristal: se os aparecen bajo otra perspectiva. Nada puede resistirse ante la gratitud. Así pues, cada día, agradeced al Cielo hasta sentir que todo lo que os sucede es para vuestro bien. Dad gracias por lo que tenéis y por lo que no tenéis, por lo que os alegra y por lo que os hace sufrir. Aunque os sintáis desdichados, debéis encontrar alguna razón para dar gracias. De esta manera mantendréis en vosotros la llama de la vida.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), Pensamientos Cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Imagen: Pantano de Barasona (Huesca), 4 mayo 2020 (cortesía de Carlos Bravo)