«Igual que los sabios que se aíslan en los desiertos, en las grutas o en las montañas para encontrar allí el silencio y la paz, los espíritus de la naturaleza van a refugiarse en los lugares que los humanos todavía no han perturbado ni ensuciado. En la mayoría de las mitologías, se presenta la montaña como la morada de los dioses. Podemos considerarlo esto como un símbolo, porque la imagen de la cima siempre está asociada con el mundo divino. Pero también es una realidad. Las cimas de las montañas son como antenas gracias a las cuales la tierra está en relación con el cielo; por eso, al estar a resguardo de las agitaciones y de los desórdenes de los humanos, están habitadas por unas entidades muy puras y muy poderosas.
De la misma forma, cuanto más nos elevamos hacia las altas cimas de las montañas espirituales, más encontramos el silencio dentro de nosotros. En este silencio descubrimos el origen de las cosas, nos unimos con la Causa primera, entramos en el océano de la luz divina. «
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: bosque de tilos en Madrid, 1 noviembre 2021