«¡Cuánta gente cree que cambiando de piso, de oficio, de país, de religión, de marido o de mujer, tendrán por fin la paz! Una cierta tranquilidad, un respiro, quizás sí. Pero poco tiempo después, allí donde estén, nuevos tormentos les asaltarán. ¿Por qué? Porque no han comprendido que la paz depende sobre todo de un cambio en su manera de pensar, de sentir y de actuar. Si hacen algunos cambios, aunque permanezcan en el mismo lugar, sufriendo las mismas dificultades, la paz vendrá a instalarse en ellos.
La verdadera paz no depende de condiciones exteriores, viene del interior, por eso es tan difícil de obtener. Trabajad sobre la idea de amar, de hacer el bien, de perdonar y de aportar por todas partes la armonía, y llegará el momento en que esta idea será tan poderosa en vosotros e impregnará tan profundamente vuestras células, que empezarán a vibrar al unísono con ella. Aquél que posee esta paz y es capaz de expandirla a su alrededor como algo real y vivo, se convierte en un verdadero hijo de Dios. Como dijo Jesús: «Bienaventurados los que aportan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.»»
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: árboles en Palencia, 21 septiembre de 2016 (cortesía de Marga Lamoca)