«Cualquiera que sea vuestra edad, esforzaos por ser niños que confían, que se alegran por la menor cosa, que se olvidan rápidamente de las vejaciones y los fracasos, niños con un corazón constantemente dispuesto a amar. Así nunca envejeceréis.

Si la Inteligencia cósmica hace necesariamente pasar al hombre de la infancia a la vejez, es porque la ancianidad también aporta cosas muy buenas. Simbólicamente, podemos decir que la infancia y la vejez se corresponden con las dos principales virtudes que tenemos que desarrollar: el niño representa el amor que quiere actuar y manifestar todas las posibilidades de la vida; el anciano representa la sabiduría que analiza y extrae conclusiones de todas sus experiencias. El niño y el anciano, el amor y la sabiduría, es preciso que ambos aprendan a caminar juntos: el amor en el corazón y la sabiduría en el intelecto. El corazón debe permanecer eternamente joven, y el intelecto llegar a ser muy anciano.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), «Pensamientos cotidianos», Editorial Prosveta. Imagen: Camino de Madrid, entre Segovia y Santa María la Real de Nieva, 13 de octubre de 2019