El pensamiento de hoy nos habla del alma, tan desconocida todavía para la humanidad.

Nuestra alma, se nos dice, es una parte del Alma universal.


Es así nuestra parte sagrada, la divinidad que vive en nosotros.

La consecuencia práctica es revolucionaria: dentro de cada ser hay una chispa que espera primero ser descubierta y luego encendida.

La noción de alma despierta en el ser humano la de fraternidad desde lo sagrado.

La vida moderna, con sus urgencias y sus prisas, nos aleja del alma, que es el Ser.

Nos dirige hacia un mundo inmediato, material, prosaico.

Pero el alma nos proyecta hacia la inmensidad, hacia lo infinito…

«Para tener unas nociones justas sobre la naturaleza de este principio espiritual que llamamos alma, hay primero que tomar conciencia de que no está encerrada en nuestro cuerpo físico: se extiende mucho más allá y, aunque continúe animándole, viaja para visitar las regiones del espacio más lejanas y las entidades que las habitan. Porque el alma que habita en cada ser humano es una ínfima parte del Alma universal. Y se siente tan limitada, tan apretada en el cuerpo, que su único deseo es desplegarse en el espacio para fundirse en esta inmensidad a la que pertenece. También es un error creer, como se hace generalmente, que el alma cabe enteramente en el ser humano. En realidad, no, sólo una parte muy pequeña del alma tiene en él su morada; la casi totalidad permanece exterior a él y lleva una vida independiente en el océano cósmico.

Nuestra alma supera en mucho a todo lo que podamos imaginarnos sobre ella: esta parte del Alma universal que hay en nosotros tiende sin cesar hacia la inmensidad, hacia lo infinito.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos. Editorial Prosveta. Imagen: mujer en Thanjavur, Tamil Nadu, India, 15 de diciembre de 2014 (Nacho Vidal)