Los vastos y hermosos cielos nos hablan de amplitud, infinitud.

Nos invitan a proyectar nuestro pensamiento más allá de lo inmediato y lo cotidiano.


Con frecuencia, el ser humano construye un universo gris y triste en torno a sí: en lo que piensa, en lo que dice, en lo que hace.

Las miradas se vuelven hoscas, interesadas, y el mundo se llena de querellas.

Pero el cielo abierto nos recuerda otras posibilidades.

La primera es la de liberarnos. La segunda es trabajar desde el pensamiento en la construcción del nuevo mundo, puro y verdadero.

Es entonces cuando aparece el Amigo Supremo y cuando todas las piezas encajan.

Ese mundo puro y verdadero ya existe para los limpios de corazón.

«Cualesquiera que sean las condiciones exteriores, en el mundo interior, el mundo del pensamiento, podemos sentirnos libres. Pero cuando queremos manifestarnos en el plano físico, dependemos de unas condiciones y estamos limitados. Si no obtenemos los resultados que esperamos, no debemos afligirnos sabiendo que interiormente tenemos todas las posibilidades de vivir una vida rica, hermosa, vasta y útil para todas las criaturas. Nuestros pensamientos y nuestros sentimientos van muy, muy lejos por el espacio, y gracias a ellos podemos entrar en contacto con el universo entero, mientras que nuestros actos sólo afectan a algunas personas.

Incluso el ser más poderoso está limitado en la acción. Pero si mejoramos nuestro mundo interior, reforzándonos en el amor y la fe, también tendremos cada vez más amparo en el mundo exterior.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Foto: campo y cielo desde Orgaz, Toledo (Diego Bravo de Urquía, 1 noviembre 2013)