El festival de Cannes siempre nos regala cumbres del pensamiento y del sentir humanos.

En 2011 la Palma de Oro fue para El árbol de la vida, de Terrence Malick. Mucho hemos escrito sobre la profundidad y hermosura de este film.

La Palma de 2012 fue para Amour, de Michael Haneke. Es una película brutal pero muy bella también.

En última instancia, así me lo parece, este film llama a la compasión que deberíamos sentir los unos por los otros ante la consciencia de la finitud de la vida en esta tierra. Convoca también a lo sagrado de las pequeñas cosas, a la humildad, a la aceptación.

Llama sobre todo a querernos, a respetarnos.

Más allá de la decadencia física, más allá del dolor, nos dice el Maestro Tibetano, está el florecer del alma.

Es ahí, pienso tras ver este impactante film, a donde debemos dirigir nuestra atención. Y también nuestra esperanza. Al otro lado del puente, el cielo siempre resplandece.

Joaquín Tamames